Itay, recién llegado al elitista grupo de francotiradores del ejército israelí, no cabía en sí de emoción. Con su certero disparo había derribado a un niño palestino. Había cometido su primer asesinato.
Además, su mortífero disparo se había producido en un día muy especial para su pueblo. Se celebraban 70 años de la creación del Estado de Israel, con la bendición del todopoderoso amigo americano, un enloquecido e incendiario Donald Trump, cuya hija Ivanka inauguraba oficialmente la nueva embajada de EE.UU. en Jerusalén, la ciudad más disputada del mundo, un polvorín religioso y étnico en el que cualquier movimiento extraño significa de inmediato días o semanas de disturbios. Y muertos, más muertos.
Itay, prácticamente un crío de apenas 20 años, no había conocido más ideología que la del Likud, un partido de extrema derecha habitualmente coaligado a las organizaciones políticas más extremistas de su país. Una ideología compartida por sus…
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