Dicen los artistas que jamás dejan de sentir mariposas en el estómago cada vez que salen al escenario. Es más, dicen que pobres de ellos si eso dejara de ocurrir: se habría acabado la magia. Y sin magia no es lo mismo. Porque si la representación se vuelve una sucesión de automatismos perfectamente estudiados, el arte dejará de ser arte. Siempre hay que dejar un espacio a lo nuevo, que cada función sea distinta, aunque tengamos el mismo guión y los mimos actores. Eso es el arte. Y por eso siempre atacan esas dichosa mariposas, entre agradables y molestas, pero imprescindibles.
En nuestro teatro también ocurre. O debería ocurrir. Si las sentencias consistieran en meter unos hechos, darle a un botón, y que salga la misma solución que en otros casos, sobraríamos los intérpretes. Bastaría un ordenador dotado de la memoria suficiente, y, que como un Gran Hermano Judicial…
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