Dicen que la gente del teatro es muy supersticiosa. Y en general es cierto. Desde que Moliere dejara de respirar en plena representación de El enfermo imaginario vestido de amarillo, quedó proscrito para siempre este color del mundo de las tablas. Y esto es solo un ejemplo. Que a nadie se lo ocurra pasar bajo una escalera, romper un espejo, derramar la sal o nombrar a la bicha, y que a nInguno se le olvide mostrar sus deseos de bonanza con una escatológica expresión de todos conocida, o la culpa del fracaso recaerá sobre él y el estigma de gafe llenará sus existencia de huídas disimuladas y escuchitas a sus espaldas. Y claro, en un mundo donde el azar y la suerte están tan presentes, no podría dejar de existir esa pasión del juego que, al menos una vez al año nos embarga a todos: la lotería.
Y ojo, que bien…
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